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domingo, 21 de noviembre de 2010

LOS HIJOS Y LOS ÁRBOLES

De mi libro "Retazos del alma", traigo hoy esta poesía. En nuestra casa de calle Berón de Astrada teníamos un fondo muy grande, y entonces cada vez que llegaba un retoño, junto al "abuelo Enrique", mi vecino, plantábamos un árbol. Así creció un ceibo por Jeremías, un palo borracho por María Belén y un jacarandá por Ana Paula. Un día, el abuelo me dijo: "tenés que hacerle una canción a tus hijos y los árboles". Una noche, muy cerca de una Navidad, lo llamé al abuelo Enrique y le canté la canción; recuerdo que me dijo: "está preciosa, no le cambies ni le aguegues nada".

     Tres hermosos hijos
     en tiempos distintos nos trajo la vida,
     llegó en un noviembre
     de la larga espera, Pablo Jeremías;
     por él, en el patio,
     planté con mis manos un ceibo costero,
     para que él descubra
     rumores de río que en el alma llevo.
      Pensando en la Virgen
     y en aquél Belén que a Jesús dio abrigo,
     para nuestra niña
     María Belén, fue el nombre elegido;
     por ella un diciembre
     un palo borracho también fue plantado,
     para que en el tiempo
     los dos florecidos fundan sus rosados.
      Después fue Ana Paula,
     la dulce alegría, la voz cantarina,
     que llegó en octubre
     el mes de las madres, el mes de la vida;
     por la más pequeña
     el árbol más grande le entregué a la tierra,
     un jacarandá
     se trepa en azules y al cielo se aferra.
    Señor de la Vida
   quiero darte gracias por tanta ternura.
   Los hijos creciendo
   igual que los árboles buscando la altura;
   ayer en el patio
   el andar inquieto de sus pasos lentos,
   hoy de alas crecidas
   intentan de a ratos algún vuelo incierto.
    Y hoy tiene mi vida
   la dulce mirada de mi compañera,
   y los tres retoños
   que entibian el alma y alivian la pena;
   y cuando los veo
   buscando en el nido nuestro manso abrigo,
   siento como el árbol
   la sana alegría de estar florecido.

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