El río avanza de prisa. En el silencio costero se oye su murmullo. Pareciera que habla consigo mismo, ¿o será que habla con Dios? Es tiempo de creciente y por lo tanto de sufrimiento y desvelos para el humilde habitante de las riberas.
Me detengo, me distraigo un momento a mirarlo y debo reconocer que es hermoso. Lo remansos aparecen y desaparecen, atrapan todo lo que encuentran y, dicen los que saben, que lo guardan en los socavones de los “negritos del agua”.
Se retuerce en su lecho y se levanta.
El paisaje lo mira ensimismado.
Un silencio de siglos, heredado,
se rompe con su voz que se agiganta.
Su eterno carcelero no lo aguanta.
Llora el cauce, ha sido derrotado.
Nido y árbol su canto han callado
al sentir como ruge su garganta.
Otra vez viejo río, te abalanzas.
No le mates al hombre su esperanza.
Deja vida y no muerte en tu camino.
Cuando subes, adelantas su agonía.
Cuando bajas, resucitas su alegría.
Amarte hasta la muerte es su destino.
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