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lunes, 30 de agosto de 2010

DE MI LIBRO "ESTAMPAS DE LUZ"


EL ARROYITO


      Siempre quisimos saber donde nacía. Allí nomás -decía el viejo y amado abuelo-, pero nunca pudimos encontrar su naciente. Nos encaminábamos porfiados trepando barrancas, cruzando sendas, cortando chilcas y cuando creíamos descubrir su origen sentíamos detrás de una pared de sauces correr el agua viniendo de lejos.

     En ese tiempo era un agua limpia, buena, turbada de vez en cuando por el sacudón que algún pez le daba. El arroyito dividía al pueblo en dos. Cuentan que en tiempos remotos fue testigo de luchas fratricidas y que sirvió de escudo aguado cuando el pueblo se trasladó hacia el oeste; pero para nosotros, gurises de monte y cielo, era el amigo que en siestas calurosas nos acogía con su playa frescura.

     Remontábamos su curso hacia el noreste y después, lo acompañábamos en su andar. A veces vivaz, entusiasta, sobre todo después de una gran lluvia; en otras, desfalleciente, cansado, tambaleante como un animal herido.

     Algunas veces, distraía su marcha deteniéndose en un breve remanso, y allí descubríamos en un cielo límpido y reflejado inescrutables imágenes y multicolores reflejos; pero enseguida, como si se despertara sobresaltado de algún mal sueño proseguía su andar hacia la boca de un río que lo llamaba.
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     Después, llegando al puerto, su cauce se enanchaba y el caudal de  sus aguas  claras  y  límpidas  era vencido por el marrón torrentoso de un Paraná impío. Nosotros llegábamos exhaustos y veíamos con tristeza como nuestro amigo era absorbido por la hambrienta garganta del río milenario.

     Entonces volvíamos nuestros pasos desandando el camino andado,  y recordábamos  las palabras del viejo y amado abuelo: -allí nomás nace-. Regresábamos a buscarlo y descubríamos cada siesta que nuestro amigo, el arroyito, (nunca supimos como), había logrado escapar de aquella gigantesca boca y allí estaba de nuevo discurriendo de prisa con el entusiasmo de siempre, corriendo y corriendo salpicando el alma con gotitas centelleantes.


Caminito de cardos y de espinas
aturdido de gritos y lamentos,
su larga cabellera el sauce inclina
mientras juega su sombra con el viento.

Presencia de gurises en bandada
y toda la ribera se ilumina,
el monte una sonrisa dibujada,
nuestro clamor le quiebra la rutina.

Arroyito… verano y mojarrero.
El duende de la siesta nos convoca
y nos tiñe la piel el manso enero.

Nuestro fresco fervor levanta vuelo,
una risa apurada se desboca
rasgando el terciopelo azul del cielo.

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