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martes, 31 de agosto de 2010

DE MI LIBRO "PINCELADAS"


LA BANDA Y EL SULKI DE LOS DOMINGOS


Después de haber cumplido (muy a pesar nuestro) con la misa,
la noche cargada de magia nos traía de la mano hasta la plaza.
Ropa limpia, bien peinados, y en el centro nos esperaba La Banda.
Allí, en nuestra imaginación nos veíamos tocando el tambor,
la corneta, todos los instrumentos, menos el bombo grande,
demasiado pesado para nuestras pequeñas manitos.
Recuerdo que uno de mis juegos preferidos era llegar al centro de la plaza saltando
en un pie sin pisar las baldosas rojas, alguien alguna vez me había dicho:
“... las rojas son del Diablo”.
De vez en cuando suspendíamos la fiesta, (para nosotros era una verdadera fiesta)
y nos íbamos a dar una vuelta en el sulki.
El sulki: un añejo y cansado carrito
tirado por un viejo pony. ¿Dónde habrán quedado el sulki y el pony?
¿Dónde las risas y los sueños que domingo tras domingo... cabalgaban en ellos?
Recuerdo, que mientras iba camino al sulki que tenía su parada frente a la casa parroquial,
mi padre me compraba un globo, un globo-conejo jugaba entre mis dedos
y parecía pedirme que lo eche a volar para correr entre las estrellas.
La idea siempre me gustó, largarlo que vuele, pero nunca lo hice,
es que domingo tras domingo, me costaba unas buenas lágrimas
y la complicidad de la sonrisa vendedora de “Tamalito”.
Después de dar unas vueltas, de saludar a todos los conocidos volvíamos al centro de la plaza. Allí, con el palo mayor de sueños en nuestras manos, encabezábamos el desfile final.
Tres cuadras saltando, bailando y al llegar a la esquina de Echagüe y Urquiza
le decíamos: “Chau Bandita... hasta el domingo que viene”,
Después, si era verano, el infaltable helado en lo de “Bamby”
nos endulzaba la noche.
Luego, lentamente, rumbo a casa, como queriendo alargar
las perezosas calles de mi pueblo.
Es que ya sabíamos lo que nos esperaba al llegar: el cuaderno, el lápiz, el libro,
esos números y letras que habían quedado durante todo el fin de semana
sepultados en el cajón del olvido. Venía el lunes, y esa palabra era sinónimo de escuela.
Otra semana de guardapolvo y cuadernos, de sumas y restas,  y también
de las infaltables monedas en el bolsillo para los bollitos del recreo.
Ay! lunes, ¡cuánto te odiábamos!.

“De  pronto  la  mañana  tiene  alas.
Se  salpican  las  calles  de  palomas.
El  aire  se  estremece  de  campanas,
con  cierto  resquemor  el  sol  asoma.

Va un  marzo  deshaciendo  sus  valijas,
desgranando  sus  sumas  y  sus  restas,
y  juega  entre  los  mapas  y  las  tizas
esa  tabla  del  seis  que  tanto  cuesta.

La  vieja  campanita  se  ha  encontrado
con  su  antiguo  tañir  desafinado.
Viene  un  marzo  apurando  las  veredas…

Es  tiempo  del  asombro  y  el  reencuentro
y  en  el  mástil,  consagrando  ese  momento,
sacude  sus  arrugas…  la  bandera.

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