Seguidores

martes, 31 de agosto de 2010

"LOS KENNEDY" POR YAMANDU RODRIGUEZ-PARTE I

LOS KENNEDY

La gesta radical de La Paz, Entre Ríos

LOS KENNEDY

La gesta radical de La Paz, Entre Ríos

  En este libro refiero la verdad, tal como la oí de labios de los austeros protagonistas.
  Los admirables episodios de la epopeya ocurrieron como los describo y me limité a transcribir los diálogos. Fuera de la profunda admiración que siento por los Señores Kennedy y por su patria, no he puesto en este libro nada mío.
  Son glorias argentinas. Tuve el honor de contarlas. Lo hice a todo entusiasmo en homenaje al gran pueblo de Alberdi, por el bien que le debo y por el respeto cariñoso que me inspiró.
  Lamento que las circunstancias, de todos conocidas, nos hayan impedido entregar a la admiración de los argentinos, los nombres y los altos hechos de todos los revolucionarios de “La Paz”. Esa misma razón es la que me obliga a silenciar los nombres de las personas que tendieron a los hermanos Kennedy en peligro, su mano amiga, símbolo de la hidalguía, de generosa amistad y de sacrificio.

                                                           Yamandú Rodríguez
                                                            Diciembre de 1934

  Un día Bernardo de Quirós ve surgir del Paraná a Mario Kennedy y estudia a lápiz, la gracia firme de ese modelo.
  Llevan el corazón cómodo en la campana del pecho bronceado a sol. Sus tórax los bate el pampero, cuando le atropellan en sus caballos de “confianza”. Esas piernas de acero, se modelan ahogando baguales. Hacen a “bola” y “sobeo” sus bíceps.
  Levantan la “armada” de sol a sol para “guampiar” en fija, siempre. Incansables, “lujosos”, gauchos. Trabajan como peones. Se lucen. Se hacen. Día tras día llegan al límite de sus fuerzas y cuando le alcanzan y van a caer, piensan en el duro abuelo Cárdenas y dan un paso más. Por eso, a boca de noche los Kennedy se gastan todavía: “Piden puerta”. El corral les entrega novillos encrespados, con humo en los cuadriles.
  Dispara el vacuno. Un Kennedy revolea, tira. La “armada” se cierra silbando en las pezuñas. El animal cae de rodillas, pide perdón, hace ovillo y chicotea con el lomo. . .
  - ¡Valió trago!
  Se recalientan los lazos. Llega la noche. Y los Kennedy se gastan aún.
  ¿Qué les mueve a prueba tan porfiada? ¿Por qué luchan así contra todo hasta domarlo? Para adquirir nombradía de camperos. Esos creen ellos y cuantos admiran su criollismo. Hoy sabemos que obedecían al genio de las ciudades y los campos. Que esos tres varones fueron elegidos. Iban a caminar en la tormenta.
  - Háganse fuertes como de bronce, - les dijo – ustedes un día, salvarán el honor de la democracia.
  Y cuando llegó la hora, los tres hermanos pusieron ese honor en la custodia de sus corazones y lo llevaron a través del fuego y el agua y la muerte; “a pesar de los Dioses”. Para eso tenían de hierro las piernas y el brazo y el alma. Con él cruzaron los ríos, en alto el mensaje. A pulso los sostuvieron durante muchas noches hasta llegar a la orilla y aún más allá! . . .


SUS MAESTROS

  Eran Niños. – Regresaban de sus colegios de Buenos Aires o Paraná. En el puerto les esperaba el coche de la estancia.
  Los tres escolares llegan, se santiguan y zambullen en el flechillal de sus campos. Atrás quedan sus capullos de seda. Salen con alas de ponchos. En el balance de un arisco la tierra reconoce a sus gurises y les prende en los talones dos rodajas de margaritas.
  Uno se dirige a la chacra. Unce los bueyes, se pone a ritmo y empieza a trazar surcos: palotes de la cartilla criolla.
  Otro escolar ensilla un caballo “maestro” y sale a pechar reses en los “apartes”.
  Al mayor, por más aplicado, le espera el premio: un potro. El bruto ya tiene dos indios prendidos de sus orejas como caravanas. Un ruedo de criollos emocionados admira al niño de vincha, rebenque y nazarenas.
  Entonces, Don Carlos Duval Kennedy dice al retoño:
  - Monte. Y cuidado con caerse, no!
  Se cierran dos espuelas. Gruñe un arisco. Y allá van. . .entre polvo, alaridos y rebencazos. Si el bagual cae, el niño tiene permiso paterno para caer; pero “parao”.
  Así se van haciendo de a caballo los Kennedy.
  Después de domar a los baguales, se doman. Consiguen desdoblarse. Se colocan frente a la voluntad. La estudian. Miden fuerzas. Luchan con ella y le dictan su ley. Adquieren estoicismo de caciques. Llegan siempre a donde se proponen. Y se proponen cosas arduas siempre.
  Cierta vez Mario Kennedy con solo dos peones preparó quinientas cuadras de campo y las sembró de lino. Sus ayudantes trabajaban desde el amanecer hasta el tramonto. Disponían de un solo tractor, sin equipo de luz. A la oración. Mario ocupaba el tractor y sólo, a obscuras, con el alivio de la luna a veces y otras sin más candil que el de las estrellas trabajaba sin descanso, sin clemencia, rompiendo con dolor la tierra amada, sintiendo como propia la herida que abría surco a surco. . .
  ¿Quién les ayuda? Su religión de trabajo.
  Pero ¿por qué acomete tales empresas? Lo ignora.

  La tenacidad es virtud de todos ellos. El estoicismo también. Cuando sus carnaduras flaquean, el espíritu se las echa a hombros y sigue adelante. Durante la retirada por los montes, Eduardo Kennedy caminó muchas noches así.

(Continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario