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martes, 3 de agosto de 2010

LOS HIJOS Y LOS ARBOLES

Liliana con Ana Paula que hoy tiene 20

Por cada hijo que nació, planté un árbol. Mi vecino, el abuelo Enrique, me ayudaba.

Por Jeremías fue un ceibo. Un palo borracho de hojas rosadas, por María Belén, y por la mas pequeña, Ana Paula un jacarandá.
Ellos, como los árboles, fueron creciendo. Y un día bajo el ceibo florecido les escribí este poema que comparto con ustedes, mis amigos...

Tres hermosos hijos
en tiempos distintos nos trajo la vida,
llegó en un noviembre
de la larga espera, Pablo Jeremías;
por él, en el patio,
planté con mis manos un ceibo costero,
para que él descubra
rumores de río que en el alma llevo.

Pensando en la Virgen
y en aquél Belén que a Jesús dio abrigo,
para nuestra niña
María Belén, fue el nombre elegido;
por ella un diciembre
un palo borracho también fue plantado,
para que en el tiempo
los dos florecidos fundan sus rosados.

Después fue Ana Paula,
la dulce alegría, la voz cantarina,
que llegó en octubre
el mes de las madres, el mes de la vida;
por la más pequeña
el árbol más grande le entregué a la tierra,
un jacarandá
se trepa en azules y al cielo se aferra.

Señor de la Vida
quiero darte gracias por tanta ternura.
Los hijos creciendo
igual que los árboles buscando la altura;
ayer en el patio
el andar inquieto de sus pasos lentos,
hoy de alas crecidas
intentan de a ratos algún vuelo incierto.

Y hoy tiene mi vida
la dulce mirada de mi compañera,
y los tres retoños
que entibian el alma y alivian la pena;
y cuando los veo
buscando en el nido nuestro manso abrigo,
siento como el árbol
la sana alegría de estar florecido.

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