Salí a caminar sin rumbo fijo y mis pasos me llevaron hacia la Bajada de la Cruz. La tarde estaba fría, un joven pescador recorría su espinel, lo vi llegar a la orilla con unos cuantos moncholos.
Seguí recorriendo la ribera y mis ojos primero, y luego la cámara,
captaron la imagen de una vieja canoita abandonada.
Llegué a casa y al mirar la foto, escribí algunas versos...
Los comparto con ustedes...
Te vi tirada en la orilla
cargando el paso del tiempo,
tu corazón de madera
dejó un quejido en el viento.
Y al verte tan sola y triste,
moribunda allí en la arena,
desgranaba la ribera
en una canción su pena.
Algún sauce ribereño
su verde te había prestado,
y puso dos líneas rojas
aquél ceibo enamorado;
y fuiste un brioso corcel
jineteando madrugadas,
hoy se entristece la costa
al verte allí, abandonada.
Ellos te recuerdan joven,
peleando en la correntada.
El sol sentado en tu popa
alguna canción cantaba;
compartías con el hombre
algún sueño espinelero,
y en las noches navegabas
de la mano del lucero.
Por eso me puse triste
al verte sola en la arena,
y pudo entender mi alma
la pena de la ribera;
quiera Dios, alguien se apiade
te ponga madera buena,
y galopes como antes
vieja canoa costera.
cargando el paso del tiempo,
tu corazón de madera
dejó un quejido en el viento.
Y al verte tan sola y triste,
moribunda allí en la arena,
desgranaba la ribera
en una canción su pena.
Algún sauce ribereño
su verde te había prestado,
y puso dos líneas rojas
aquél ceibo enamorado;
y fuiste un brioso corcel
jineteando madrugadas,
hoy se entristece la costa
al verte allí, abandonada.
Ellos te recuerdan joven,
peleando en la correntada.
El sol sentado en tu popa
alguna canción cantaba;
compartías con el hombre
algún sueño espinelero,
y en las noches navegabas
de la mano del lucero.
Por eso me puse triste
al verte sola en la arena,
y pudo entender mi alma
la pena de la ribera;
quiera Dios, alguien se apiade
te ponga madera buena,
y galopes como antes
vieja canoa costera.
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